“Merece la pena poner el punto de mira en las tensiones que se dieron entonces y en las iniciativas ilustradas que no fueron atendidas por la cúpula del poder monárquico, un fenómeno que ya observaron historiadores como José A. Maravall, Pedro Voltes y Antonio Elorza. Sus suaves insinuaciones, sin embargo, fueron acalladas por el potente coro de los panegiristas de Carlos III o de Campomanes, y por aquellos que no queriendo desentonar con las pautas historiográficas siguieron utilizando los conceptos de despotismo ilustrado o reformismo borbónico. Creo que en lugar de presuponer una armonía entre la monarquía y las Luces, el reinado de Carlos III debe ser narrado cargando el acento en las múltiples y perceptibles disonancias que surgen entre reformadores y gobernantes en los períodos que corresponden a la privanza de Esquilache, Aranda y Floridablanca” (Pons, 2002).
El borbón, más allá de traer los aires de modernidad
procedentes de Francia, se rodea de una cúpula política para impulsar
medidas. En lo referente a la educación no existen medidas referidas directa y
exclusivamente a esta temática pero a través de las instrucciones, Reales
Cédulas, ensayos y cartas los ministros visionaron sus intentos de renovación
educativa. Esta entrada no se refiere tanto a los intentos de renovación
pedagógica, pues Jovellanos, Feijoo y Mayans serán los grandes preocupados por
este tema. En realidad, entre los ministros preocupados por las medidas
educativas destacaron Floridablanca, Campomanes, Aranda y Cabarrús. En cierta manera, las medidas y los
ideales desarrollados siguen vigentes explícitamente en las leyes educativas
actuales; una revolución educativa desde “las nuevas monarquías” que asientan
los principios básicos del currículo en las escuelas de las sociedades
modernas.
Los principales proyectos educativos no tuvieron
originalidad, eran una mezcla entre las ideas francesas y la tradición
española; una manera de estar aquí y allí de manera televisiva pero sin
presenciarlo físicamente. Era una manera de hacer vivo algo que no era suyo y
darle un toque propio. En cierta manera se trató de un “esteril reformismo”
inspirando en el empirismo de Bacon, los avances revolucionarios de Newton y la
psicología sensacionalista de Locke junto a un sistema político elaborado por
Hobbes y Locke. Todo ello, luchó por una educación útil y armónica, regulada
desde unas leyes que pusieran sobre la mesa el progreso y enriquecimiento del
pueblo (una educación de masa para las masas). En España la reinterpretación
que hicieron los ministros no fue exacta porque querían impulsar cambios pero
sin cuestionar las estructuras políticas y sociales que se habían heredado.
Campomanes redacta el proyecto de creación de una Real
Academia de Letras Humanas por las que deberían pasar todas las personas que
querían obtener un título para enseñar en público o en secreto y de ese manera
paliar los errores del método de la enseñanza secundaria (ampliar sus campos de
conocimiento). A los cuatro años, se crea el Colegio Académico y es ahí donde
se promueve su programa de reforma con un carácter historicista que pretendía
mantener una sociedad de estamentos y producción dominante que estuviera
dirigida al trabajo y a la producción para lograr el adelantamiento de la
industria española y como consecuencia la felicidad de todos los ciudadanos.
La
idea era mantener la tradición pero sin salirse de la mayoría de edad (sin ir hacia la modernidad) pues era
necesario "reproducir lo que nos identifica desde la cultura y la educación". Fue
una manera de hacer estéril el reformismo.
Campomanes pronuncia en su Discurso sobre la educación
popular donde avanza los principios generales de las reformas en educación y
también dicta con precisión el contenido que deben impartirse a los alumnos.
Pone especialmente interés en que la educación debe ser diferente y específica
para cada clase social puesto que este mecanismo mejora desde temprana edad la
educación del niño, sin remitirse a las leyes, a las que deberá obedecer cuando
crezca.
Se trata de un discurso constituido en 19 partes y dos
breves apéndices finales. Principalmente defendía que a través de la educación
básica o popular el niño puede llegar a desarrollar sus capacidades básicas con la finalidad de recabar en una formación interesada en el plano
técnico desde los gremios y podría así aprender una profesión para aportar su
trabajo al Estado. Además, se interesa por integrar a la mujer en la educación
sobre todo en tareas de confección, como coser o hilar (aunque a nivel
ideológico las mujeres están muy desprestigiadas y apenas aprenden a leer en la
enseñanza primaria).
Por eso, pone de relieve la importancia de Artes y Oficios.
Entre ellos, el dibujo era muy importante por bautizarlo como el “padre de los
oficios prácticos”. Campomanes fue un político, por tanto, que apostó por la
educación de los artesanos de manera adecuada desde el saber y reglas de cada arte
y el conocimiento de sus instrumentos. El método era "aprender como criados o
sirvientes de sus maestros pero sin sobrecargarles con trabajos que requieran
mucho esfuerzo físico". No obstante, es necesario que los sujetos se formen en
doctrina cristiana y conocimientos civiles, matemáticos y de lectura para
ampliar su campo cultural. Por tanto, era un modelo destinado a los pobres para
tener un oficio como artesano y de esa manera progresar hacia la burguesía.
Por su parte Cabarrús, en sus Cartas recogidas por Maravall
se contemplan los ideales de la revolución francesa y presenta un plan de
enseñanza más radical y acorde con las doctrinas burguesas. Aporta la idea de
la educación nacional como indispensable para un pueblo, para controlarlo de la
opresión, el error y el embrutecimiento social. Se trata de un proyecto
secularizado que ataca duramente a la enseñanza de la Iglesia y propone
ascender a los niveles superiores no tanto desde los recursos económicos, clase
social, sino por méritos personales o talentos individuales. Según Cabarrús, la
educación nacional debe tener en cuenta la educación física, intelectual y
moral. La enseñanza elemental debe de insertarse en escuelas donde los niños
aprendan a leer, escribir, contar junto al aprendizaje de la geometría a través
de libros más sencillos. Además, propone no olvidar impartir el catecismo
político. Este político, a diferencia de Campomanes, no trata el tema de la
formación de maestros ni de los métodos de enseñanza argumentando que
“cualquier hombre sensato y honrado que tenga la humanidad y patriotismo puede
desempeñar esa función… tras cumplir diez años, los jóvenes se distribuirán en
distintas carreras gracias al gobierno y podrán escoger entre agricultura,
oficios y comercio. Los que deseen seguir estudiando pasarán a estudiar bellas
artes para fortificar la razón hasta los 15 años. Los que tienen gran talento,
pueden continuar en los seminarios de clérigos y colegios de medicina,
jurisprudencia o defensa. Por otra parte, las Universidades son corruptas y
deben ser sustituidas por nuevas instituciones internas. Para acceder a la educación
superior es necesario un nuevo tipo de exámenes y gratuitos a los 21 años”.
La idea fundamental que aporta Cabarrús queda pendiente en
una simple carta pero su finalidad no era del todo nociva para el interés
educativo. La idea esencial era tomar la educación como una norma fundamental
para construir una sociedad cívica y bien ordenada. Es decir, importar en la
educación un sello tanto técnico como moral (principios civiles para el respeto
del Estado y el Rey) para que sean felices y eviten delitos por eso “hay que
dejar el interés privado que actúe libremente y de ese modo llega a armonizarse
el interés público”. Para ello depositó la confianza en las academias como
fuente de renovación formativa y pedagógica alejada de las prácticas y rutinas
universitarias proponiendo soluciones didácticas a los problemas escolares y
dando lugar a grandes debates reflexivos donde se formaban los “buenos
maestros” donde teorizaban con coherencia, escribían libros de experiencias
para dar bases de formas a cómo educar (estrategias teóricas prácticas).
Cabarrús propone los principios de una escuela pública democrática, patriota y
al margen de los grupos de intereses económicos e ideológicos. De hecho, sus
principios serán tomados en cuenta en la Constitución de 1812.
No podemos olvidarnos de las medidas impulsadas por el Conde
de Aranda, nombrado presidente del Consejo de Castilla, tras el motín de
Esquilache. El incremento de precios de los alimentos como el pan, la bajada de
sueldos y la implantación de planes reestructurados modernistas sirvieron al
zaragozano para tomar las riendas del Consejo de Castilla. Especialmente sus
reformas vinieron en el sector Agrario e intervino también en la regulación de
las Sociedades Económicas Amigas del País. Sus aportaciones son importantes
porque con él se logra el primer censo de la población española y con éste se
permitía hacer un recuento de la cantidad de niños que viven en ese periodo. A su vez,
participó en la expulsión de los jesuitas en 1767, excomulgados de sus
funciones educativas sobre todo por participar en el motín de Esquilache e ir
contra la nobleza. Además, va a promover la creación de un cuerpo policial para
regular las obras de teatro; crea también los Teatros de los reales sitios en
el Escorial, La Granja y Aranjuez traduciendo las obras francesas pero con un
especial fin educativo, ya que él, consideraba que la educación se iniciaba en
los teatros. Las obras teatrales permitían la exposición de picardía, las travesuras, las
inobediencias de las que se podían extraer enseñanzas. Se ganó la confianza de Bernardo de Iriarte, Garcilaso y Leandro
Fernández de Moratín.
Por su parte, Floridablanca se ocupa más a nivel económico.
Es necesario destacar su Informe de
Instrucción Reservada en 1787 donde
se resume la idea de que el clero sea ilustrado y garantizando que sean las
parroquias (conventos e iglesias) donde se llevase a cabo la instrucción y
regulasen medidas para incorporar recursos y personas. Es en ese informe donde
se llevan a cabo reformas para asentar bases financieras estables, necesidad de
obtener datos sobre número de escuelas de latinidad existentes desde 1763 a
1790. Fue un
funcionario muy preocupado por los problemas de la cultura y enseñanza del
país, aunque siempre con carácter reservado intentó evitar la exclusión total
de las ordenes religiosas (los Escolapios se mantuvieron muy cerca de la Corte).
Entre sus ideas destaca una educación extensible a todos (mujeres y hombres),
aunque se refería a la enseñanza primaria porque la superior era reservada a
dirigentes, burgueses y terratenientes: “lo que hace falta es el estudio de
todas las ciencias y unos sabios que perfeccionen las técnicas y desarrollen las
ciencias… Por esta razón, los cuadros médicos y técnicos necesitan una
educación esmerada al igual que los científicos y profesores”. Además en 1780 deja a Julián Anduga y
Garimberti renovar la enseñanza de la escritura desde la racionalización,
elaborando una serie de reglas que permitieran al aprendiz encontrar el sentido
del aprendizaje de letras (minúsculas, mayúsculas y versalitas). Además, estuvo
muy al tanto de los proyectos educativos europeos para modernizar la enseñanza
de las escuelas de primera letras.
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